Le mira a los ojos y suelta una
carcajada “¡jajaja! Deja ya de mirar mis orejas” mete la mano al
bolsillo de su pantalón y saca una cajita, la abre y empieza a
liarse un porro. “¿Quieres?” le ofrece amablemente y al ver que
niega con la cabeza contesta “mejor, más para mi”, le da una
calada e inhala hasta que se queda sin aire.
“Bueno, te contaré el por qué de
mis orejas, pero no es nada agradable” traga saliva y vuelve a
darle una calada al porro. “Todo empezó hace hoy dieciocho años;
está bien, para que nos vamos a engañar, no te mentiré, hoy
celebro setecientos años que nací, se que no lo creerás pero así
es” se sube el cuello de la gabardina y se coloca el gorro de lana
tapándose las orejas. “Mi familia...” se para a pensar unos
segundos y continua “mi madre, me engendró en un sucio establo, es
triste creerlo, pero así es, ahí nací yo, entre la paja y las
heces de los caballos, recuerdo como mi madre me contaba que cuando
nací, tenía las orejas puntiagudas y eso se debía a que su familia
eran elfos, y por eso es que heredé esa parte de ella, las orejas y
su gran corazón” hizo una nueva pausa, alzó la vista y no pudo
resistir las ganas de volver a reír, aquel individuo seguía sin
creer ninguna palabra, pero daba igual, su historia era cierta y la
iba a contar le gustase o no.
“Bien, como veo que tienes tanto
interés en mi historia, proseguiré con ella” vuelve a hacer una
pausa para darle una nueva calada al porro, mientras el humo sale de
sus pulmones haciendo un dibujo. “Cuando nací, solo estaba mi
madre conmigo, siempre viví con ella, los dos solos, y siempre en
guardia, pues tenía miedo de los lobos que acechaban cada noche
buscando algo de comer. La verdad que, ahora que lo pienso, es algo
extraño lo que me ocurrió aquella noche” hace de nuevo una pausa,
le da la última calada al porro, mira al cielo y suelta el humo,
baja la mirada al porro y con un golpe seco con los dedos, lo lanza
lejos de él. “Recuerdo que salí al porche a mirar la luna, junto
a mi madre, como cada noche solíamos hacer y mientras hablábamos
recordando todos los momentos que habíamos pasado juntos, fijé la
vista hacia el bosque que se perdía en la oscuridad, vi dos sombras
y cada vez se acercaban más, advertí a mi madre sobre la presencia
de aquellas dos sombras, tenía miedo, pues apenas era un niño de
diez años, y cuando mis ojos enfocaron a aquellas dos sombras, pude
observar que dos lobos estaban a pocos metros de nosotros, nos
miraban, y yo podía sentir la fuerza que emanaba de sus peludos
cuerpos, no tenían intención de atacar, pues parecían tranquilos,
recuerdo que me levanté y los lobos dieron unos pasos hacia atrás,
pero se quedaron ahí.” Hace una pausa y saca de su bolsillo un
paquete de tabaco “¿quieres?” le pregunta amablemente mientras
le da uno, coge su encendedor y le se lo ofrece, luego se enciende su
cigarrillo, “bueno, el caso es que mientras nos miraban los dos
lobos, el cielo se estaba oscureciendo por las nubes, que taparon la
luna por completo y en aquel instante vi como aquellos dos lobos se
empezaban a retorcer del dolor, convirtiéndose en humanos, no podía
creer lo que mis ojos estaban viendo, tenía ganas de huir dentro de
la casa, pero algo me lo impedía, entonces empecé a caminar hacia
ellos, sin detenerme, con la vista fijada en aquellas personas;
recuerdo que mi madre siguió mis pasos y cuando llegué allí, me
paré en seco, y vi a esas dos personas desnudas, un hombre y una
mujer, de edad mediana, supuse que no deberían tener más de veinte
años, me quedé paralizado, escuché como aquella mujer gemía de
dolor y mi instinto me dijo que corriera a casa, y así lo hice,
corrí tanto como mis cortas piernas podían, entré en la casa,
agarré unas mantas y volví a salir hacia donde estaban, vi a mi
madre acercarse a ellos y mientras recitaba unos versos en un idioma
que yo desconocía, una luz verde subió desde el cuerpo de aquellas
personas hasta donde mi vista alcanzaba” Mientras relataba aquella
historia, una lagrima caía por su mejilla, le dio una calada al
cigarrillo y prosiguió con el relato. “Cuando llegué de nuevo al
lugar donde se encontraban, les puse las mantas protegiéndolos del
frío, y me quedé allí con mi madre y ellos un buen rato, hasta que
pudieron levantarse.” Da una calada al cigarro. “Los llevamos a
casa y a pesar de mi corta edad, mi madre me dijo que preparara café,
y les ofrecí una taza a cada uno, me lo agradecieron, y el hombre
empezó a hablar, nos dijo que nos sentáramos en las sillas y que
escuchara lo que tenían que decirnos; sus palabras me dejaron
atónito, pues él dijo que había estado vigilándonos todo este
tiempo, que sabía el día exacto en el que había nacido, sabía
también muchas cosas de mi vida, como que conocía a mi madre,
conocía mi nombre... me dijo que el nombre que me dio mi madre lo
había elegido él, Nebraska.” Hizo una nueva pausa y terminó el
cigarrillo que fumaba, lo dejó caer al suelo y lo pisó con la bota.
“Aquella noche descubrí muchas cosas que yo ignoraba, y ambos me
abrieron los ojos, pero el colmo de todo fue cuando el hombre me
reveló que era mi padre, no podía creer todo aquello, recuerdo que
miré a mi madre y vi que tenía los ojos llenos de lágrimas. Y así
es como por fin supe la verdad de toda mi historia, entendí de donde
provenía mi fuerza y mis pasión por ayudar a los enfermos. Y creer
que siempre pensé que el buen olfato que tenía era común en todas
las personas...” Soltó una carcajada. “Bueno, ya te conté todo
lo que debías de saber, ahora... me encantaría escuchar tu
historia, pero la verdad es que me muero de hambre...” Miró a
aquel individuo a los ojos y con la agilidad que poseen los lobos, lo
agarró de los hombros y le mordió el cuello, dejando sus dientes
clavados en la débil carne humana, y mientras aquel hombre iba
muriendo poco a poco, él disfrutaba del tentempié de la noche.
Cuando sació su hambre, limpió sus labios con la manga de su
gabardina. “Humanos, tan ingenuos y a la vez tan sabrosos...” Se
encendió un cigarrillo y fue caminando por la calle oscura hasta
que, finalmente se encontró con su madre que lo estaba esperando
calle abajo, dejando los restos de aquel hombre en mitad del camino.
“¡Qué! ¿Ya has cenado hijo?” le preguntó su madre. Él soltó
una carcajada y abrazó a su madre, acto seguido siguieron caminando
por aquella calle oscura hasta que desaparecieron en la noche.
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